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martes, 30 de septiembre de 2008

LAS MANOS DE MI MADRE



Fuente: www.oye897.com.mx/paginas/pensamientos.php?id=14

El otro día me quede mirando las manos de mi Madre.

Ella estaba tendida sobre la cama, descansando un rato, y no se percato de mi entrada a su habitación. La mire de pies a cabeza, pero sus manos me llamaron mucho la atención. Las manos de mi Madre están arrugadas, sus venas se ven abultadas y gruesas líneas de piel, como cordoncillos dispersos que se cruzan entre sí.

De primera intención sus manos me parecieron feas, pero me puse a meditar en lo que esas manos significaban para mí, y al mirarlas de nuevo las vi hermosas, dignas, fuertes, como envueltas en una luz diamantina.

Esas manos fueron tiernas y débiles un día; luego fueron creciendo y cobraron fuerzas y se hicieron bonitas.

Pero el peso de los años y el sello del trabajo las envejecieron y arrugaron.

Ahora son manos de una mujer madura; noble que nunca se ha doblegado ante los ímpetus de la vida. Yo amo esas manos. Ellas se abrieron para cargarme cuando apenas yo era un bultito de carne y hueso.

Siempre estuvieron solícitas para guiar mis pasos trémulos en mi niñez, inciertos en mi juventud y aún no siempre firmes en mi madurez.

Esas manos prepararon con amor sin igual los alimentos que nutrieron mi cuerpo.

Y alguna que otra vez apretaron la vara para castigarme por alguna falta cometida.

Fueron manos constructoras, que tenían el encanto de transmitir amistad e inyectar estimulo. Por los dedos de esas manos se derrama la luz de un corazón amante o fueron como hilos dorados que se entretejieron a mí alrededor para darme protección. En el hogar, esas manos se mantuvieron ocupadas haciendo mil cosas, siempre abiertas para hacer el bien, fueron muchísimos los días que vi esas manos.....
Ahora son manos temblorosas, arrugadas y sin mucha fuerza.

Pero no han dejado de ser una inspiración para mí, porque todavía le abre la puerta al hijo que vuelve a casa. Para sostener la taza de café que me obsequia o para saludar a cuantos se acercan a ella. Y para bendecirme. En la tela de la historia, las manos de las Madres han hecho mucha labor. Antes de salir del cuarto, yo me incline y bese sus Manos, las bellas Manos de mi dulce Madre.

HAY UNA MUJER…

Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados.

Una mujer que, siendo joven, tiene la reflexión de la anciana, y en la vejez trabaja con el ardor de la juventud.

Una mujer que, si es ignorante, descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio, y, si es instruida, se acomoda a la simplicidad de los niños.
Una mujer que, siendo pobre, se satisface con la felicidad de los que ama, y, siendo rica, daría con gusto su tesoro, por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud.
Una mujer que, siendo vigorosa, se estremece con el vagido de un niño, y siendo débil, se reviste con la bravura de un león.

Una mujer que, mientras vive, no la sabemos estimar porque a su lado todos los dolores se olvidan; pero después de muerta, daríamos todo lo que somos y todo lo que tenemos por mirarla un solo instante, por escuchar un solo acento de sus labios.
De esta mujer no me exijáis el nombre si no queréis que empape con lágrimas este álbum, porque yo la vi pasar por mi camino.

Cuando crezcan señora vuestros hijos, leedles esta página, y ellos, cubriendo de besos vuestra frente, os dirán que un humilde viajero, en pago de un suntuoso hospedaje recibido, ha dejado aquí para vos y para ellos un boceto del retrato de una madre.

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