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lunes, 7 de julio de 2008

Poniendo un firme fundamento

Vivimos en días muy contrarios a la institución familiar. Los modelos y costumbres de matrimonio y familia son sólo caricaturas de lo que el Señor diseñó en un principio.

¿A qué autoridad recurriremos para que nos enseñe acerca de su verdadera naturaleza y función? He ahí la sabiduría y la ciencia de los hombres. De ellas surgen muchos modelos de matrimonio y familia; pero en ellos hay confusión, y no se tiene en cuenta a Dios.

En cambio, la Palabra de Dios nos muestra un modelo invariable, trascendente, que no reconoce diferencias raciales ni culturales, como tampoco modas pasajeras. Este modelo tiene como centro al Señor Jesucristo. Porque todo fue creado en Él, por Él y para Él, y todo -también el matrimonio y la familia- tiene en Él su explicación y su sentido.

Poniendo un firme fundamento

Las últimas palabras del profeta Malaquías, al final del Antiguo Testamento, están referidas a la familia. Dice allí, refiriéndose a Juan el Bautista, el cual habría de venir: "Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición" (4:6).

A juzgar por estas palabras, era de suma importancia que el ministerio de Juan produjera frutos al interior de la familia, y esto, antes de la venida del Señor Jesucristo. Tal como estaba escrito, Juan vino y cumplió su ministerio, y muchos le creyeron y se bautizaron en el bautismo de arrepentimiento.

Pero no sólo para aquel tiempo era válida la exhortación de Malaquías. En nuestros días -hoy- el Señor está interesado en estas mismas cosas, porque se acerca el día de su Segunda Venida. Tanto en la víspera de su Primera, como en la víspera de la Segunda Venida, el Señor requiere que el corazón de los padres se vuelva a los hijos, y que el de los hijos se vuelva hacia sus padres. Tiene que producirse una sanidad al interior de la familia.

Vivimos en días muy contrarios a la institución familiar, tal vez como nunca antes. Nunca antes una sociedad había hecho tanto alarde de profesar ciertos principios y, al mismo tiempo, había buscado tantos subterfugios para transgredirlos. Los modelos de matrimonio y de familia que vemos hoy a través de la televisión y el cine son sólo una caricatura de lo que el Señor diseñó en un principio, pero que, no obstante, han logrado influir significativamente en esta sociedad.

¿A qué autoridad o fuente recurriremos para que nos enseñe acerca de la naturaleza y función del matrimonio y de la familia? Porque, ciertamente, podemos escoger entre la sabiduría humana y el consejo de Dios por su Palabra.

He ahí la sabiduría humana, con sus variadas ciencias. De ellas surge, no sólo un modelo, sino muchos modelos de hombre, de matrimonio, y de familia, según la particular cultura de que se hable. Para ellas, no hay un modelo acerca de cómo las cosas tienen que ser, sino muchos modelos acerca de cómo las cosas suelen ser. Para ellas, existe tanta validez en un modelo como en otro, porque - según afirman - todos surgen de realidades sociales diferentes, las cuales son todas legítimas en sí mismas. De más está decir que en esa multitud de modelos no se tiene en cuenta a Dios.

El consejo de Dios por su Palabra y por su Santo Espíritu nos muestra, en cambio, un modelo invariable, trascendente, que no reconoce diferencias raciales ni culturales, como tampoco modas pasajeras. Este modelo tiene como centro al Señor Jesucristo. Porque la voluntad de Dios es "reunir todas las cosas en Cristo ... así las que están en los cielos, como las que están en la tierra" (Ef.1:10), porque todo fue creado en Él, por Él y para Él (Col.1:16), y todo tiene en Él su explicación y su sentido.

De estas dos fuentes de conocimiento surgen, pues, dos paradigmas que se oponen entre sí y que están en permanente pugna: uno procede del mundo y el otro procede de Dios. Y el gran problema para los hijos de Dios es que, no siendo del mundo, están en el mundo y, por tanto, expuestos a todas sus influencias.

Tal vez sea el ámbito del matrimonio y la familia el más atacado por la ciencia moderna, en su intento de desvirtuar el consejo de Dios dado en su Palabra. Lo que Dios enseña es fácilmente tildado por ellos de obsoleto y retrógrado. Pero los que conocemos a Dios, sabemos que su sabiduría es segura y es válida en todo tiempo. Aun más, afirmamos que todo el deterioro que vemos en el pueblo de Dios se debe a que ha rehusado el consejo de Dios y de su Santo Espíritu. Lo que el Señor decía de Israel es válido también hoy: "Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua" (Jer.2:13).

Seamos humildes y reconozcamos que hemos pecado toda vez que nos hemos alejado de la Fuente. Reconozcamos que nuestros problemas matrimoniales y familiares nos han sobrevenido por ignorar voluntariamente el consejo de Dios, y por atender, en cambio, a las enseñanzas de la falsamente llamada ciencia. Por eso, la primera señal de restauración es el retorno a la Fuente que es Dios y a la sencillez y autoridad de su Palabra. Hemos de creer que toda la Escritura es inspirada por Dios y no sólo aquella que trata de temas considerados comúnmente "espirituales", como la salvación, el cielo o el plan eterno de Dios: también lo son asuntos tales como el matrimonio, la familia y la sexualidad.

No nos dejaremos, pues, impresionar por la falsamente llamada ciencia, porque no ofrece seguridad (1ª Tim.6:20-21). Edificar sobre sus preceptos equivale a edificar sobre arena. Las ciencias nada saben de lo que Dios diseñó en la eternidad para la expresión de la gloria de su Hijo Jesucristo, en quien "están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento" (Col. 2:3). Construyamos nuestros hogares sobre un terreno más seguro: sobre la Roca, que es Cristo.

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