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lunes, 9 de junio de 2008

Familia - El Rol de Padres y de los Hijos


II. LA FAMILIA

La madre, primero

La primera que ha de asumir la responsabilidad en la crianza y educación de los hijos es la mujer. Así lo vemos en las Escrituras. El niño bebe de su madre, no sólo la leche física, sino también el primer alimento formativo (Ver, al respecto, el orden que se establece en 1ª Tes.2:7, 11).

Los primeros años de la vida de un hombre son fundamentales en la formación de su carácter y personalidad. Por eso, durante estos años, es preciso que los hijos estén el mayor tiempo posible junto a su madre. No se trata de que reciban información, simplemente, sino de todo un complejo conjunto de elementos, entre los que hay actitudes, valores, principios, gestos y también enseñanzas prácticas, que tienen que ver con la formación y que van plasmando su carácter.

Jocabed, la madre de Moisés, tuvo fe para preservar a su hijo de la muerte, y para convertirse - una vez que fue salvado de las aguas - en su nodriza. La enseñanza impartida en esos primeros años fue tan efectiva que no pudo ser borrada del corazón de Moisés por la enseñanza que recibió "en toda la sabiduría de los egipcios" (Hch. 7:22). Por eso, crecido ya Moisés "salió a sus hermanos" (Ex.2:11). ¿Podría concebirse a un Moisés que fuera criado con mentalidad egipcia, volviendo a sus hermanos para libertarlos? Él no habría estado en condiciones de sufrir el dolor de sus hermanos ni hubiese estado dispuesto a soportar el menosprecio por ellos.

Ana, la esposa de Elcana, ¿no crió a su hijo Samuel para dedicarlo al Señor, luego de haberlo recibido de Él? Siendo aún pequeño él ministraba a Jehová delante del sumo sacerdote. Su mente y su corazón estaban apegados al Señor, porque así fue enseñado. Y llegó a ser un profeta de Dios, y el más grande juez de Israel.

Faltaría el tiempo para destacar la fe de Sara, que tuvo en Isaac una clara muestra de su piedad. La fe de Rahab, quien después de haber sido una mujer menospreciada en Jericó, vino a ser la madre de Booz, el marido de Rut, un hombre piadoso y justo como pocos en al Antiguo Testamento. De Betsabé, la madre de Salomón, que crió a su hijo para el trono. De Elisabet, la madre de Juan el Bautista, que alaba al Señor por haber quitado su afrenta entre los hombres, y que crió un nazareo para Dios. Y, sobre todo, la fe de María, la madre de nuestro Señor, la más piadosa de todas, a quien le fue confiada la noble misión de criar al Señor Jesús, en el hogar de la mayor piedad imaginable. ¿Qué misión hay más noble para una mujer?

No hay más alto privilegio conferido a la mujer, que el de criar y formar a sus hijos "en fe, amor y santificación, con modestia" (1ª Tim.2:15); de introducir en ellos los primeros destellos del conocimiento y el temor de Dios, y de inclinar el corazón sensible de ellos a Dios. Esta herencia es más valiosa que la multitud de las riquezas, y que toda las grandezas del mundo. La fe de un hombre de Dios, como la de Timoteo, tiene casi siempre a su haber -como un poderoso respaldo- la fe que habitó primero en sus progenitores, en su abuela Loida, y en su madre Eunice, por locual se le podía decir a Timoteo "que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras" (2ª Tim.1:5; 3:15).

El sacerdocio del padre

La primera y gran responsabilidad del padre cristiano es la de ejercer el sacerdocio espiritual a favor de sus hijos. Si bien es una responsabilidad que comparte con su esposa, es el varón, que ha sido puesto como cabeza de la mujer, quien está llamado a ejercer fielmente este ministerio.

Sacerdocio significa, fundamentalmente, intercesión. Cristo es el primer y mayor sacerdote -"sumo sacerdote"-, que intercede permanentemente por los hijos de Dios. El padre cristiano ha de hacer lo mismo a favor de sus hijos.

El padre ha de mostrar a Dios a los hijos, y ha de presentarse ante Dios por sus hijos. En tanto ellos no puedan defenderse por sí solos en la lucha espiritual, han de ser sostenidos por la oración de sus padres. El diablo buscará herir las familias, y atacará a los hijos de los creyentes. Pondrá trampas en su camino y tentaciones sutiles. Tales cosas han de ser quitadas por la oración persistente, en una batalla espiritual que se libra cada día sobre las rodillas, en la intimidad con Dios. ¡Cuánto daño perfectamente evitable se ha infligido a los niños y jóvenes porque los padres han descuidado este sagrado ejercicio! El buen ejemplo de los padres no basta. Los consejos bien intencionados tampoco. Hay acciones espirituales de las tinieblas que sólo pueden ser contrarrestadas por la oración continua, en el ejercicio del ministerio sacerdotal de los padres -especialmente del padre- a favor de sus hijos. Ellos no deben olvidar que la lucha no es contra sangre y carne, "sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes" (Ef.6:12).

En medio de una generación en que hay tantos jóvenes esclavizados por Satanás, el padre de hijos creyentes ha de orar para que en sus hijos se cumpla la palabra de 1ª Juan 2:14: "Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes ... y habéis vencido al maligno". Su experiencia en la carrera de la fe ha de ser una salvaguarda para quien está recién comenzando. El descuido en la intercesión trae mucho dolor y lágrimas a las familias de los creyentes.

No obstante, siendo ésta la primera y mayor responsabilidad de los padres, no es la única.

Dos modelos de padres

En la Biblia encontramos, al menos, dos modelos de padres, representados en dos personajes bíblicos. Uno es Abraham, y el otro es Elí.

Del primero -Abraham- dice el Señor: "Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová ..." (Gén.18:19). Abraham no aceptó que su hijo Isaac se casara con una mujer cananea, porque los cananeos eran idólatras; sino que envió a su criado a buscar una esposa para su hijo entre sus parientes (Gén.24:3-4).

Elí muestra una situación muy diferente. A éste le dice Dios: "¿Por qué has honrado a tus hijos más que a mí ... Yo había dicho que tu casa y la casa de tu padre andarían delante de mí perpetuamente; mas ahora ha dicho Jehová: Nunca yo tal haga, porque yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco" (1 Sam. 2:29-30). Y añade: "Porque sus hijos han blasfemado y él no los ha estorbado" (3:13).

He aquí dos padres, dos modelos, dos formas de criar a los hijos. ¿Cuál de ellos seguiremos nosotros? El resultado del modelo de Abraham es Isaac, el hijo de la promesa, un varón temeroso de Dios (Gén.31:42,53). El resultado del modelo de Elí es Ofni y Finees, dos sacerdotes impíos, que escandalizaron al pueblo de Dios en el mismísimo templo, y acarrearon sobre sí el juicio de Dios, por lo cual murieron ambos en el mismo día (1 Sam.2:12-17, 34; 4:17).

Isaac es modelo de obediencia y de fe. ¡Cuánto amor por su madre, por quien observó un luto sentido! ¡Cuánta confianza en los designios de Dios al aceptar como esposa a una mujer sin conocerla! ¡Cuánta paciencia para la llegada de sus hijos, que se tardaron en venir! Ofni y Finees, en cambio, fueron hombres impíos que no tenían conocimiento ni temor de Dios. Ellos cayeron en el pozo de su propia concupiscencia y blasfemia.

Estos dos modelos siguen vigentes hoy en día. Los hijos de Dios están llamados a seguir el ejemplo de Abraham, sin embargo, muchos hoy siguen el camino de Elí, con sus mismas funestas consecuencias.

El camino de Elí, que consiste en no estorbar a los hijos, en dejarlos ser y hacer como les venga en gana, en asumir una actitud bonachona de complicidad, tiene muchos continuadores en este día. Y el profeta de ellos tiene, en nuestro siglo, nombre y apellido.

La doctrina Spock

El pedagogo que tal vez más ha influido en la educación de los hijos en este siglo, es el médico norteamericano Benjamín Spock, quien publicó desde el año 1945 hasta ahora, con ediciones de millones de ejemplares, un voluminoso libro sobre la crianza de los hijos.

Formado bajo los principios de Sigmund Freud, introdujo disimuladamente el principio de que la represión a los niños puede causar "neurosis catastróficas" en la edad adulta, de modo que para evitarlas es mejor dejarlos hacer, y no ponerles restricciones.

Este principio subyace en toda la obra de Spock y en la de otros pedagogos de su misma corriente, y ha contaminado la educación que se imparte desde hace varias décadas en el mundo. Al revisar la última edición española de su libro podemos comprobarlo.

Spock aboga -en teoría- por un trato "estricto con moderación", o, como también le llama, por una "permisividad moderada" hacia los hijos, aduciendo que el trato estricto no es dañino cuando los padres son bondadosos. Esto parece muy bueno, sin embargo, sus consejos prácticos se apartan totalmente de ese predicamento.

Spock aconseja a los padres que no regañen ni discutan, ni menos castiguen a los niños en sus rabietas, porque sólo lograrán frustrarse: "Un pequeño que se siente desdichado y está haciendo una escena, se tranquiliza para sus adentros cuando siente que su padre sabe qué es lo que hay que hacer sin enojarse" (p.303). Más adelante afirma que los berrinches no significan nada, que están, simplemente, relacionados con ciertas frustraciones: "Si ocurren con regularidad, varias veces por día, podría significar que el niño está demasiado cansado o tiene alguna perturbación física crónica" (p.356), por tanto, no hay necesidad de estorbarlos. Si una niña, por ejemplo, muerde a las personas, es porque "tal vez esté siendo reprendida y disciplinada en casa, y ello le provoque un estado de frenesí y tensión exagerados" (p. 343).

Respecto del castigo físico, Spock adopta, en primera instancia, una posición ambigua, aduciendo que eso depende de cómo fueron educados los padres. Pero luego se opone abiertamente a ello al afirmar que "Si (el castigo) hace que un niño se vuelva furioso, desafiante, y se comporte peor que antes, por cierto, ha sido un tiro errado" (p.358). "En tiempos anteriores -agrega-, la mayoría de los niños eran zurrados, en la creencia de que ello resultaba necesario para que aprendieran a comportarse bien. En el siglo XX, en la medida en que padres y profesionales han observado a los niños (...) se ha llegado a la conclusión de que los niños pueden comportarse bien, ser colaboradores y corteses, sin haber sido nunca castigados en forma física (...) o de otras formas" (p. 359). Luego afirma que "existen varias razones para tratar de evitar el castigo físico, (porque ello) le enseña al niño que la persona más grande, más fuerte, tiene el poder para salirse con la suya, esté o no en lo cierto, y pueden resentirse contra sus padres por ello (...) para toda la vida" (p.359). Spock concluye atribuyendo a las palizas de los padres norteamericanos la violencia que impera en esa nación.

La doctrina Spock ha formado en EE.UU. y en el mundo entero las últimas generaciones de pedagogos y padres. Respecto de la crianza de los hijos, el nombre "Spock" llegó a adquirir más autoridad que la Biblia, en una sociedad que se ha enorgullecido por su apego a la Biblia, y que ha acuñado la famosa frase: "En Dios confiamos".

La doctrina Spock está destinada a los padres que corren por la amplia corriente de este mundo, a quienes instruye desde la sabiduría humana, no tomando en cuenta para nada la sabiduría de Dios. Spock hace aparecer a los padres como impotentes ante las reacciones de sus hijos, atribuyéndole, además, a la disciplina todos los males de la época. Hace depender la disciplina de la eventual aceptación que de ella pudieran tener los hijos, y la hace ver, además, como extemporánea y obsoleta, que más que beneficios, trae resentimientos hacia los padres.

Las consecuencias de esta doctrina las vemos cada día en el mundo. Pero, ¿qué nos dice la Biblia?

Lo que dice la Palabra de Dios

La clave de la enseñanza bíblica acerca de la crianza de los hijos está dada en Efesios 6:4: "Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor."

En este versículo hay una enseñanza negativa y luego una positiva. Por el momento dejaremos de lado la primera, para entrar en la forma positiva, que se refiere a la forma de criar a los hijos.

La crianza de los hijos tiene que ver con dos acciones concretas: a) la disciplina (otras versiones dicen "corrección") del Señor, y b) la amonestación (otras versiones dicen "instrucción", "enseñanza") del Señor.


La disciplina del Señor

Lo primero es, entonces, la disciplina o corrección. ¿Por qué está primero la disciplina o corrección? Si nosotros buscamos en Proverbios, hay muchos lugares en que se habla acerca de la crianza de los hijos. Y en cinco de ellos se habla de disciplina. En uno se da la respuesta a nuestra pregunta. Dice: "La necedad está ligada en el corazón del muchacho: mas la vara de la corrección la alejará de él" (22:15), y en otro se añade: "El castigo purifica el corazón" (20:30).

Esta es una afirmación categórica: ¡hay necedad en el corazón del muchacho! Pero también está la forma cómo sacarla de allí: La vara de la corrección la alejará de él, y más encima, purificará el corazón.

Pero no es sólo un trabajo de limpieza el que realiza la vara de corrección. También añade algo: "La vara y la corrección dan sabiduría" (Pr.29:15).

De manera que la vara tiene tres operaciones: a) aleja la necedad, b) purifica el corazón y c) da sabiduría. ¡Esto es magnífico! No creo que haya una fórmula sicológica, ni un medicamento, por sofisticado que sea, que dé mejores resultados que esto. ¡Gracias al Señor! Hay esperanza para los padres creyentes. ¡Podemos tener hijos sabios!

Luego, y como si esto fuera poco, la Escritura nos advierte acerca de las consecuencias que vendrán si no sacamos la necedad del corazón del muchacho. Entonces tendremos a un joven con un mal que tiene muchas ramificaciones. Este mal lo denominaremos "el síndrome del muchacho necio". Veamos cómo es.

Los primeros que pagarán las consecuencias de este mal son los padres, y de ellos, principalmente la madre, porque el hijo será para ella motivo de tristeza (10:1), de vergüenza, de oprobio (29:15b), de amargura (17:25 b); y luego, el hijo la menospreciará (15:20 b), y la ahuyentará (19:27 a).

Uno puede legítimamente preguntarse, ¿cómo es que un hijo, que ha sido criado con todo el regalo y los afectos más nobles, con toda la ternura por su madre, tal vez hijo único, heredero de todo, puede convertirse en una espina que atraviesa el alma del ser que más le ama? Parece increíble, pero así dice la Palabra de Dios, y así lo hemos visto más de una vez.

Luego se verá afectado el padre, a quien le causará pesadumbre (17:25 a) y aun le robará (19:26), y llegará a decir que tal cosa no es maldad (28:24). El corazón del padre no se alegrará (17:21), al contrario, será para él motivo de tanto dolor que preferiría en lugar de su hijo al siervo prudente (17:2).

Han de ser indecibles los dolores que debe de sentir el padre que ayer se alegró con el nacimiento de su niño, imagen de sí mismo, heredero de su estirpe y de sus bienes, hoy convertido en una espina en su corazón, amigo de lo malo y enemigo de toda justicia.

Pero, si por el contrario, el muchacho es corregido, es decir, es hecho sabio mediante la vara, entonces -dice- "te dará descanso y dará alegría a tu alma." (29: 17; ver tb. 15:20; 10:1; 23:24; 29:3). Tal hijo recibirá el consejo de sus padres (13:1) y se sentirá honrado por causa de ellos (17:6).

¿Qué satisfacción puede haber mayor para un hombre y una mujer, que el que sus sueños respecto de sus hijos, sueños alimentados durante tantos años de espera silenciosa, se conviertan en feliz realidad a su tiempo? ¿Qué mejor adorno para su vejez? ¿Qué mayor honra?

De pequeños y también muchachos

En el libro de Proverbios hay más enseñanzas aún sobre la disciplina. En 13:24 se habla de la necesidad de corregir a los hijos desde pequeños: "El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige". También dice: "Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza" (19:18), lo cual da a entender que una disciplina tardía es inútil. Mientras la enseñanza que hay en el mundo exime a los pequeños de responsabilidad, las Escrituras otorgan a la disciplina de los primeros años una importancia fundamental.

Pero no sólo cuando son pequeños. Dice: "No rehúses corregir al muchacho, porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol." (23:13-14).

La moderna pedagogía ha logrado amedrentar a los padres cuando les habla acerca de la disciplina de los hijos adolescentes. Ellos no deben ser castigados -dice- para no inferirles algún daño en su "autoestima", o bien porque pueden tornarse rebeldes e, incluso, pueden atentar contra su vida. Hemos comprobado que muchos padres se ven obligados a consentir en todo lo que sus hijos quieren, por temor a que ellos cometan suicidio. Pero la Escritura exhorta a los padres creyentes a corregir al muchacho y librar así su alma del Seol.

La actual sicología enseña que los muchachos atraviesan por un período difícil, y que es normal que los adolescentes sean irrespetuosos, violentos, y de ánimo cambiante. Sin embargo, la Escritura dice: "Aun el muchacho es conocido por sus hechos, si su conducta fuere limpia y recta" (20:11). Mientras la sicología justifica sus conductas indeseables, la Escritura les señala nobles metas. Aún ellos pueden ser conocidos por sus hechos rectos y honestos. Ellos no son marionetas en manos de fuerzas incontrolables. Ellos pueden ser conocidos por su rectitud, de modo que ésta llegue a ser notoria a todos.

Entre los judíos, un niño de 12 años era considerado, para algunos efectos, un hombre. Los 12 años del Señor Jesús están señalados por un hecho asombroso, en que le vemos ocupado en los negocios de su Padre. Los hijos de creyentes han de seguir este modelo, y no lo que es costumbre hoy en el mundo.

La edad de los 12 a los 18 años es la edad para que el muchacho sea conocido por sus hechos, en una conducta limpia y recta. No es la edad de la irresponsabilidad ni para alimentar las pasiones juveniles. Estas cosas están el mundo, pero no tienen valor para los hijos de Dios, ni menos deben señalar un modelo de conducta.

Luego, existe el supuesto de que es señal de amor a los hijos dejarles hacer lo que quieren y que es señal de aborrecimiento el disciplinarles. Sin embargo, la Escritura dice que el que no castiga a su hijo, lo aborrece, y el que lo ama, lo corrige desde muy pequeño; aun más, el mismo Señor procede así con sus hijos, ya que Él mismo "al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere" (Pr.3:12, y Heb.12:5-6).

No podemos desconocer que hay mucho castigo que se infiere a los hijos en forma cruel y sin amor, por parte de padres incrédulos e iracundos; pero ¿hemos de invalidar la palabra de Dios por tales desatinos? Eso es lo que el diablo quisiera, y es lo que ha logrado sembrar en el corazón de muchos cristianos. Sin embargo, la Palabra de Dios es sabia y veraz, y no puede ser quebrantada (Jn.10:35). Así que, el amor y la disciplina van de la mano, como también van de la mano, para mal, el aborrecer y el detener el castigo.

La disciplina tiene un freno

La disciplina, sin embargo, ha de tener un freno, porque es del Señor. Proverbios 19:18 dice: "Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza, mas no se apresure tu alma para destruirlo."

Y es que, al corregir a nuestros hijos, podemos excedernos. Puede usarse la disciplina meramente como un desahogo a la ira contenida. Tal cosa es despreciable. Sin embargo, aun a riesgo de excedernos, debemos disciplinar. El freno será nuestro amor, anidado en nuestras entrañas, y el Espíritu Santo, quien nos ha dado dominio propio (2ª Tim.1:7). Y si acaso nos excedemos, pediremos perdón, y lloraremos juntos con nuestros hijos. Y ellos nos perdonarán, y juntos ganaremos en cuanto a la obediencia al Señor, pero en ningún caso podremos eximirnos de obedecer al Señor en cuanto a la disciplina de nuestros hijos.

La amonestación del Señor

Luego tenemos la amonestación o instrucción. En Proverbios 22:6 dice: "Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él." (Ver también Dt.4:9; 6:7,20; 11:19).

Así como la disciplina ha de aplicarse a los niños desde pequeños, también la instrucción. Referido a la disciplina dice: "Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza" (19:18a). Aquí, referido a la instrucción dice: "Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él." De modo que, si del castigo tardío no hay esperanza, en la instrucción temprana hay seguridad.

La enseñanza tierna de la madre, primero; luego la del padre, un poco más firme; la instrucción permanente de ambos, en toda ocasión y en todo tiempo, quedarán indelebles en el corazón del hijo, como una marca hecha a cincel en el acero más puro. Podrá el muchacho apartarse por un tiempo, llevado por algún viento de doctrina o de hueca sutileza, pero finalmente volverá al cauce que en su corazón marcó la Palabra verdadera en su más tierna infancia.

En materia de instrucción los padres han de esmerarse. Así como el diablo provee a los jóvenes suficiente instrucción -y atractiva por lo demás- capaz de convertirlos en delincuentes, los padres cristianos han de proveer a sus hijos suficiente material de lecturas sanas y edificantes, para forjar en ellos muchachos amantes de lo bueno y con temor del Señor.

La promesa es que el buen camino mostrado en la niñez, encaminará los pasos del hombre en su vejez. El niño no es un ser torpe ni incapaz de un aprendizaje verdadero. Los niños sorprenden muchas veces a los adultos con su extraordinaria habilidad para entender las cosas sin prestar, aparentemente, atención.

La disciplina debe ir de la mano con la instrucción. La disciplina por sí sola no está completa. A veces se castiga a los hijos sin que ellos sepan el por qué. Por eso, la disciplina no debe ir sola.

No provocarlos a ira

La forma negativa de Efesios 6:4 es: "Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos", la cual aparece reforzada en Colosenses 3:21: "Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten." Las expresiones "provocar a ira" y "exasperar" también se traducen como "irritar"; en tanto que la expresión "para que no se desalienten" también se traduce como "para que no se vuelvan apocados" (Biblia de Jerusalén).

La disciplina, a la luz de la Palabra, es un acto que reviste solemnidad, porque en ella el padre o la madre están obedeciendo al Señor, con independencia de sus sentimientos particulares respecto del asunto por el cual disciplinan. El padre y la madre representan la autoridad de Dios, por lo tanto, ellos no amenazan sin cumplir, ni juegan a hacer ostentación de su autoridad. Ellos no añaden a la disciplina el escarnio, ni expresiones livianas que exasperan, ni menos palabras groseras.

Cuando los padres disciplinan hacen uso de una autoridad delegada, por cuanto ellos son meramente administradores de la autoridad de Dios. Ellos no castigan a sus hijos, es la autoridad de Dios la que cae sobre ellos.

Por tanto, debe disciplinarse -aunque parezca paradójico- con respeto. Respeto hacia el hijo, porque si bien él debe ser corregido, su dignidad como hijo de padres que a la vez son hijos de Dios (y tal vez como hijo de Dios él mismo) debe quedar resguardada.

La burla, la ironía y el sarcasmo, tan recurrentes en estos casos, deben quedar totalmente de lado. Incluso el área del cuerpo sobre el que se aplica el castigo debe ser escogida con cuidado, de modo que no involucre ningún daño más allá del dolor momentáneo.

Por ello se hace necesario que los padres ejerzan una autoridad en humildad, con temor. Ellos no están "pegando" a sus hijos, ni menos "escarneciéndolos". Ellos están permitiendo a sus hijos tomar una lección de obediencia. Les están permitiendo conocer la autoridad y obedecerla.

¡Qué distinto es este noble ejercicio desarrollado por padres creyentes, de aquella burda imitación diabólica, que son las golpizas dementes, esas iracundas bataholas desatadas por padres descontrolados, esas heridas de cuerpo y alma que infligen a sus pequeños hijos, por motivos absurdos, en la esclavitud de las pasiones y de los vicios más viles! Aquello no merece llamarse disciplina.

Para los padres creyentes que de verdad son un ejemplo de amor y devoción al Señor, que de verdad andan delante de Él y se ejercitan en la piedad, no será difícil disciplinar a sus hijos. Los hijos tienen un corazón sensible, y reconocerán los móviles de la disciplina. Si, además, se ejerce con temor y temblor, ella no podrá ser resistida.

El trabajo hogareño

En Proverbios 10:5b dice: "El que duerme en el tiempo de la siega es hijo que avergüenza."

Aquí tenemos lo que debiera ser una norma de vida para los hijos jóvenes. Ellos han de ser iniciados en las labores domésticas, para ayudar de acuerdo a su capacidad.

El que un hombre llegue a ser diligente y responsable dependerá de si fue convenientemente entrenado desde pequeño. Las madres han de velar por que sus hijos varones compartan las labores domésticas, tradicionalmente terreno de las hijas.

No hay actividad vedada para ellos, cuando se trata de iniciarlos en el trabajo, aunque los hijos hallarán, sin duda, junto a su padre, y las hijas junto a su madre, un lugar más cómodo para ayudar. Sea como fuere, han de hacerlo "en el tiempo de la siega", para que no sean hijos que avergüencen.

Las malas compañías

Una vez que los hijos van creciendo, van ampliando poco a poco sus relaciones, y su inexperiencia puede llevarlos a unirse a sujetos maleados por el pecado y a ser seducidos por ellos Los ociosos, amigos del placer de la comida y la bebida, son amistades peligrosas para los hijos. "El que es compañero de glotones avergüenza a su padre" (28:7).

Las conversaciones ociosas van anidando en el corazón el germen de acciones impías. Primero están los pensamientos, luego las palabras y después las acciones, que, a su vez, se traducen en costumbres. Por eso dice la Escritura: "No os engañéis; las malas compañías corrompen las buenas costumbres." (1ª Cor.15:33, Versión Moderna).

El autor del libro de Proverbios advierte a su hijo del peligro que reviste el juntarse con gente codiciosa. Ellos aman el dinero, y, con tal de conseguirlo, pueden llegar, incluso, hasta a derramar sangre (1:10-19).

Le advierte también de no juntarse con hombres perversos (2:10-15), que han dejado los caminos derechos para andar por sendas de muerte, que se alegran haciendo el mal e introduciéndose en las perversidades del vicio. Le advierte de no juntarse con los impíos (4:14-19), quienes no duermen si no han hecho caer a alguno en sus redes.

Le advierte insistentemente acerca de las mujeres extrañas, las cuales abandonan al compañero de su juventud y se olvidan de Dios (2:16-19), cuyos labios destilan miel, pero su fin es amargo como el ajenjo, y agudo como espada de dos filos. En cambio, le exhorta a ser fiel a la mujer de su juventud, que es "como cierva amada y graciosa gacela" (5:1-23). Le advierte acerca de la mujer ramera, que con su hermosura seduce al joven (6:23-28) y con su astucia lleva a su víctima "como va el buey al degolladero, y como el necio a las prisiones para ser castigado" (7:4-27). También le advierte acerca de los peligros de la casada infiel (6:29-35).

La integridad del justo

Hay en Proverbios 20:7 una preciosa promesa para los padres creyentes: "Camina en su integridad el justo; sus hijos son dichosos después de él." Aquí tenemos un elemento que no podemos dejar de decir, y que constituye el final feliz de una relación padre-hijo normal.

El padre es un hombre justo, y más que eso, es un hombre íntegro, sin doblez. Él actúa en su casa y fuera de ella de la misma manera. El habla y hace aquello que dice, en absoluta consonancia. Porque es un justo, su camino es recto. Porque es íntegro, queda detrás de él una estela de dicha y paz.

Es que la fe y la conducta de un hombre justo no pueden pasar inadvertidas para sus hijos. Asimismo, la disciplina y amonestación de un hombre íntegro no puede ser resistida por sus hijos.

La resistencia de los hijos a la disciplina y amonestación de los padres, cuando la hay, no es causada porque éstos la ejerzan, sino porque suele haber una gran incoherencia entre las palabras y los hechos de ellos. Lo que los hijos aborrecen es que se discipline sin ejemplo de vida y sin amor, con un corazón que se ha apartado de ellos.

Por eso el profeta Malaquías clama por que el corazón de los padres se vuelva hacia los hijos. Es por eso que en el Nuevo Testamento se toma de nuevo esta Palabra demandándola especialmente a los padres (Lc. 1:17). El corazón de los padres tiene que volverse a los hijos, para que éstos se vuelvan a sus padres. Es la conducta de los progenitores la que determina la conducta de sus hijos. Los padres suelen tener entre diez y veinte años para sembrar en el corazón de los hijos una buena semilla. Si la semilla no es buena, entonces no podrá sorprendernos que hay una mala cosecha, pues "todo lo que el hombre sembrare, eso también segará" (Gál.6:7). Si el corazón de los padres está apegado al de los hijos (tanto en el amor como en la disciplina), el corazón de los hijos también se apegará al de los padres (tanto en el amor como en la obediencia). Si no ocurre así, habrá por parte de ellos resistencia y rebeldía.

El camino del hombre justo es íntegro, y sus hijos lo saben. Por eso se sienten dichosos de seguir el camino que él les ha trazado.

La demanda para los hijos

Para los hijos el mandamiento es obedecer: "Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo" (Ef.6:1). Para ellos, naturalmente, es un mandamiento difícil de acatar. Y sobre todo cuando los hijos no son convertidos, porque las normas que sus padres establecen les parecerá que sólo significan restricción a su libertad. Ellos aman la libertad, ellos quieren hacer uso de toda la libertad. Ellos siempre exigirán más libertad de la que están preparados para hacer uso responsablemente. En su relación con sus iguales, especialmente, ellos quieren demostrar que son libres, y que son responsables de esa libertad.

En nuestros días, de acuerdo a los modelos en boga, la libertad halla su más amplia expresión en el plano de la sexualidad. La libertad sexual, el desorden, la promiscuidad es la norma. Sin embargo, la sexualidad es una cosa que requiere responsabilidad y madurez antes de poder hacer uso de ella y, evidentemente, sólo cabe dentro de los límites del matrimonio.

El sexo fue creado con un fin noble, y un hijo de Dios no puede desvirtuarlo. Los modelos que se imponen en el mundo hoy no constituyen la forma de ser de un joven cristiano. Cosas tales como la abstinencia sexual, la lealtad hacia la pareja, la virginidad, no son valoradas por los jóvenes de hoy, pero en un hijo de Dios constituyen su forma de ser.

Mientras los hijos no tengan una experiencia real con el Señor (y aún después), deberán sujetarse a normas claras y precisas. Conforme vayan creciendo y madurando, conforme vayan demostrando que pueden hacer uso de una libertad responsable, podrán ir disponiendo de ella, en cuanto a la disponibilidad y administración de su tiempo, del dinero, y de sus responsabilidades escolares. La libertad debe ir siendo graduada según el correcto uso que se haga de ella.

En Proverbios 15:32 dice: "El que tiene en poco las disciplina menosprecia su alma; mas el que escucha la corrección tiene entendimiento." Este es un axioma que se cumple en los hijos cuando aceptan la disciplina y la corrección. Es por su propio bien que los hijos han de aceptar el castigo. El que guarda la corrección vendrá a ser prudente (15:5), recibirá honra (13:18) y morará entre los sabios (15:31).

Luego dice: "Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra" (Ef.6:2-3). En tiempos del Señor, los fariseos habían encontrado la fórmula para doblarle la mano a este mandamiento. Bastaba con que ellos dijeran que era "Corbán" (es decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudieran ayudarles y quedaban eximidos de su obligación. El Señor reprende a los fariseos por haber aceptado que una tradición invalidara la Palabra de Dios (Mr.7:9-13).

Honrar a los padres significa, cuando es necesario, proveer para sus necesidades. De lo mucho o de lo poco que los hijos han recibido han de apartar una ayuda para sus padres, y aun sostenerlos con dignidad si es preciso (1ª Tim.5:3-4,8).

Los solteros

Diremos algo más sobre los cristianos jóvenes, los que aún están solteros.

La condición de soltero -joven y doncella- es alabada y recomendada en la Escritura. "El soltero -dice- tiene cuidado de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor" (1ª Cor.7:32). Por su parte, de la doncella dice que "tiene cuidado de las cosas del Señor, para ser santa así en cuerpo como en espíritu" (1ª Cor.7:34).

La condición de soltero no presenta, por tanto, ningún menoscabo; por el contrario, es la condición óptima para servir al Señor (el apóstol Pablo era soltero). Pero, si la necesidad apremia, el joven ha de casarse, "pues mejor es casarse que estarse quemando" (1ª Cor.7:9).

La pureza y la santidad son demandas para los creyentes solteros; aún más, es un asunto perfectamente posible, por lo cual, su condición es inmejorables para servir al Señor. Que afuera en el mundo haya toda forma de corrupción, eso no ha de amilanar a los creyentes jóvenes que quieren conservarse puros. "Consérvate puro" (1ª Tim.5:22b) es una exhortación que está vigente para ellos, lo mismo que: "Huye de las pasiones juveniles" (2ª Tim.2:22a). Como pasiones, su duración no suele ser mayor que la flor de un día, ellas se encienden rápidamente, y rápidamente también se apagan.

Luego, cuando haya que casarse, hay que recurrir al Señor. Porque, si bien "la casa y las riquezas son herencia de los padres; mas de Jehová (es herencia) la mujer prudente" (Pr.19:14). ¿Podrá el ojo acertar, o la intuición del hombre, cuando busca esposa? La mujer prudente, la esposa idónea para cada hombre es una herencia del Señor, y es a Él a quien hay que remitirse para pedirla.

Así como Dios hizo los arreglos para la unión de Adán y Eva, lo hace en cada caso de verdadero matrimonio. Él conoce cuándo la soledad del hombre ya no es conveniente para él, y Él le provee una esposa. Entonces, la esposa llega a ser todo lo que él necesitaba.

El amor humano no es una base suficientemente sólida para construir sobre él un matrimonio, porque es cambiante y engañoso (ver ejemplo de Sansón, en Jueces 14:3,16; 16:4,15, y de Amnón, en 2 Samuel 13). El amor no sustenta el matrimonio, sino que el matrimonio sustenta el verdadero amor, ese "vínculo perfecto", el amor espiritual de que se habla en 1ª Corintios 13. Tampoco son las afinidades sociales, o los intereses económicos una base suficientemente sólida para sostener un matrimonio, es la elección de Dios la única que no falla. Como un hermano ha dicho: "Sólo el Señor es capaz de sondear cada ser humano y saber quienes están hechos el uno para el otro." Cuando el Señor une dos seres en matrimonio, Él mismo es su respaldo, porque concede la gracia para resolver todos los problemas que se les puedan presentar.

Lo mismo podemos decir de la mujer que necesita un marido, sea soltera, o sea viuda. En ambos casos, ha de ser "en el Señor" (1ª Cor.7:39 b).

Una exhortación final

En estos días finales, previos a la Segunda Venida del Señor, los ataques de Satanás se han redoblado sobre el matrimonio y la familia. Ello se ha refleja en las diversas teorías y huecas sutilezas imperantes en el mundo y que pretenden desvirtuar el modelo de Dios y atomizar las familias.

Sin embargo, los creyentes hemos de permanecer fieles a la Palabra y a la revelación que de ella nos ha dado el Espíritu Santo. Contra toda corriente modernista, sigamos sosteniendo el modelo de Dios, que es conforme a su corazón, y que tiene a Cristo y la iglesia como ejemplo perfecto. En las familias ha de vivirse la realidad de la fe que profesamos, terreno que, aunque difícil, es fructífero, y cuyo fruto es duradero.

Estos son días de restauración. Son los días que anunció el profeta Malaquías hace ya veinticuatro siglos. El Espíritu de Dios está actuando hoy, y está preparando la iglesia para el Señor Jesucristo, una iglesia gloriosa, santa y sin mancha, que no tenga arruga ni cosa que se le parezca. Una iglesia que espere confiada y expectante a su Señor regresar por ella.

En esta espera gozosa, oremos para que el Señor restaure los matrimonios y las familias, y para que Él una a los matrimonios que vendrán. Oremos para que las familias sean ordenadas según el modelo de Dios. Oremos para que el Señor haga volver el corazón del esposo hacia la esposa, el de la esposa hacia el esposo, el de los padres hacia los hijos, y el de los hijos hacia los padres.

Oremos para que la venida del Señor nos encuentre preparados. Amén.

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